Terminé el largo recorrido que me llevó Ciudad de cristal, me sumergí por completo en los recodos que Auster me había preparado desde el principio hasta el término de su obra. Enloquecí por completo en algunos momentos mientras buscaba se resolviera el angustiante enigma. Intento explicar de alguna forma la ansiedad que me provocó llegar al capítulo trece. "¡El fin!", me dije. No me han gustado los finales de los libros, tengo una idea poco clara de cuál serán las siguientes hojas que me seducirán y me arrancarán de mi monotonía. Ahí están los libros para restregarte, para restregarme, una y otra vez, la capacidad de seducción provocada por sus letras, por un otro sentado en algún otro lugar que pensó o no en ti pero que ahí te tiene a su merced.
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